El desenlace de las tensiones entre el presidente Daniel Noboa y su vicepresidenta Verónica Abad, terminó en un acto delirante: decidió asignarle como única función ser “colaboradora para la paz y precautelar el escalamiento de la conflictividad entre Israel y Palestina”.
Es decir, decidió sacarla del escenario político nacional. Noboa siembra con esta disposición una inmensa interrogante sobre su inteligencia emocional o su madurez política y su capacidad de tomar decisiones en función de los intereses del Estado y no de sus pugnas personales.
En realidad, Verónica Abad acaba de ser exiliada por el presidente de la República. Un comienzo de gobierno que no puede ser peor y que se parece más a un chiste cruel que a un acto de Estado.
La vicepresidenta puede decir que no acepta la decisión porque atenta contra su derecho constitucional de no ejecutar trabajos forzosos o que atenten contra su integridad y dignidad. En ese sentido, una acción de protección podría ampararla, como dice el constitucionalista José Chalco.
Si esto llega a ocurrir, el escándalo y el desgaste político no harán sino socavar la imagen del Gobierno. El constitucionalista André Benavides se preguntaba que ¿si Abad no acepta el cargo se podría considerar aquello como abandona del cargo y la Asamblea podría nombrar una nueva vicepresidenta?
(Resumido de Expreso, Martín Pallares)